domingo, 23 de marzo de 2014

Azucena

A 38 años del golpe cívico, eclesiástico, militar, transcribo la entrevista ficcional a Azucena Villaflor, que fue parte del trabajo para Historia de Las Madres en la carrera de Licenciatura de Historia de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo. Trámites bancarios, larga espera en la sucursal del Nación casa central. Cuando salgo a la calle disfruto del calorcito primaveral y esa libertad de no tener que regresar a la oficina. Tengo una manzana en el bolso y mi botellita de agua. Camino por Rivadavia hasta San Martín, y siento que el sol está más que tentador. Espero que el semáforo detenga el tránsito, cruzo y elijo sentarme en la semi sombra de uno de los bancos de la Plaza. La gente pasa como todos los días, de todas esas horas, cada cual en sus pensamientos. Es jueves, tengo puesta una musculosa roja con un chaleco liviano. El usar determinados colores para cada día de la semana es un rito o un TOC según quien lo interprete. Y los jueves uso algo rojo. Esta tarde, de libertad oficinesca. Voy acompañar voy a sumarme a la Ronda de las Madres. Estoy sola en el banco, me paseo por mis recuerdos. Cuando surge el primer jueves que vine a la Plaza, sola, y cuando me fui estaba acompañada y conmovida. Era el invierno de 1980, ese día me encontré con Elsa, la esposa de mi dentista, mi vecina, la mamá de José Daniel. Tres años antes el día del padre de 1977 hubo un operativo en el barrio del cual nos enteramos el lunes por los comentarios en voz baja, en los negocios… pero nada más. Ese jueves, tres años después, supe que buscaban y habían secuestrado a José, su mamá integraba la ronda. En uno de los bancos estaba Rómulo Tocco mi dentista, el que me facilitó sonreír ampliamente. Ellos vivían a dos puertas de mi casa. Cuando finalizó la ronda me acerqué y los abracé, mucho. Me pidieron que cuando saliera de la Plaza tuviera cuidado… me fui no recuerdo hacia dónde iba ese día con el corazón estrujado, emocionada… y aquí estoy otro jueves, pero de primavera en el más amplio sentido de la palabra. Mientras regreso del recuerdo una mujer con un vestido floreado y una bolsa para compras está sentada cerca de mí. La miro, tiene un perfil sereno pero fuerte. La siento a gusto cómoda esperando. En un momento nos miramos y algo que hago casi siempre, le sonrío. Nos quedamos en silencio mirando hacia la Pirámide, hasta que me dice también con sus brillantes ojos, soy Azucena. Tiene perfume a colonia fresca, como a mar en el amanecer. Y yo Nora, le respondo. La reconozco porque he visto en la Iglesia de la Santa Cruz su retrato, y porque su nombre es el símbolo donde comenzó la lucha, la organización y la decisión de buscar a sus hijos. ¿Venís seguido? pregunta, No, hoy pude porque salí de la oficina por trámites. Azucena, le digo, ¿querrías contarme de vos? Me mira y creo que tiene ganas de hablar de sus cosas. Tenía otra vida estaba casada con Pedro, y cuatro hijos. Tres varones y una nena, Pedro, Néstor, Adrián y Cecilia. Vivíamos en una casa propia desde 1970, que compramos con un crédito. Podíamos veranear. Después Pedro, el mayor, se puso a trabajar con mi marido. Teníamos una flota de tres camiones para el reparto de combustible, Néstor en la universidad cursa dos años en arquitectura con buenas notas, y los dos más chicos en la escuela. Era un ama de casa pendiente de todos los detalles y de todos los que me rodeaban propios y ajenos, familiares o vecinos. Que tenía sus ritos y costumbres. Tanto me reía a carcajadas como me enojaba al mejor estilo italiano. Hasta en una oportunidad en una discusión clavé el taco de un zapato en un pequeño armario… después se me pasó la furia. Sonríe como para sí misma, también me gustaba cantar, Pero mi vida se dio vuelta el 30 de noviembre del 76 cuando tuve la certeza que se habían llevado a Néstor, mi segundo hijo, y a Raquel Manguín, su mujer. Le estoy por preguntar que hacía a que se dedicaba o trabajaba cuando retoma su relato. Cuando cursaba arquitectura abrazó la militancia en la Juventud Peronista, realizaba trabajo social en los barrios pobres, era un militante popular. En el 73 fue a Ezeiza a recibir al General. El no tenía dificultades económicas, sobresaltos quiero decir. Sin embargo optó por estar al lado de los que menos tenían y se puso a trabajar a la par de ellos. Sintiendo y compartiendo de cerca las necesidades del pueblo. Una vez vino a casa y Pedro, mi marido, notó que tiene los zapatos con agujeros en las suelas. Para la próxima visita ya le habíamos comprado un par nuevo. Cuando vuelve a visitarnos notamos que tenía puestos otra vez los viejos. Por supuesto que le pedimos explicaciones y nos dijo que se los había regalado a alguien que los precisaba más que él. No quiso tampoco trabajar con Pedro, que le ofreció una ayuda para poner un negocio o un kiosco, pero no aceptó, él quería hacer la suya. Se queda en silencio un momento y retoma su relato el de su vida. Sus orígenes. Sabés, dijo, yo creo que nací muchas veces. La primera fue el 7 de abril de 1924. Estoy anotada en el Registro Civil solo por mi padre, Florentino Villaflor, tenía 22 años, que me reconoce como su hija. No se registra el nombre de mi madre. Pero siempre supe que era Emma Nitz, que tendría 15 o 16 años cuando me tuvo. Solo me aceptó con ella casi un año, después no me quiso más. ¿Y que resolvieron hacer tus padres? Mi padre me llevó a la casa de sus padres, mis abuelos, aunque continuó viviendo con mi madre. En ese momento nazco por segunda vez con Clotilde Ojeda y Florentino Villaflor. Mis abuelos. La hermana mayor de mi papá, Magdalena, me cría aún antes de casarse con Alfonso Moeremans, un año después, ¿Y cómo fue tu infancia, qué recordás? Me criaron como a una hija con todo el amor y el respeto. Fui la hermana mayor de sus hijos. Tuve una infancia feliz. Era medio artista, me gustaba recitar y cantar. Muchas veces me demoraba en regresar de los mandados porque me quedaba recitando parada sobre un cajón o cantando. Sin dudas lo heredé de la crianza de Magdalena que era así expansiva nada tímida. Es que era actriz y trabajaba en obras de teatro de cierta importancia. ¿Que pasó con tus padres, con tu mamá particularmente, no te molesta que te pregunte? No para nada. Cuando cumplí los 15 mi madre se presentó en el Registro para denunciarme como su propia hija que había anotado mi padre. Declaró que yo era su hija natural y que ella era soltera. Entonces, ¿que pasó? Ese fue otro de mis nacimientos, me fui de mi casa familiar a vivir con mis padres. Mi madre ya tenía otra hija… sé que a mis padres de crianza les dolió que no me hicieran terminar la escuela. Así a los 16 entré a trabajar como telefonista en SIAM. Cuando llegaba la inspección laboral a mí y a otras muchachas de mi edad nos escondían para que no los multaran. Trabajaste mucho tiempo en SIAM? Sí casi 11 años, hasta que estaba esperando a Pedro en 1950. pero esperá, falta que te cuente el tercer nacimiento. Cuando cumplí la mayoría de edad, regresé con mi familia que me recibió con mucha alegría. Tengo los mejores recuerdos con Lidia. Es mi prima menor y a mí, que siempre me gustó ayudar, la ayudaba con los deberes que le daban en la escuela. Hasta una vez le redacté una composición, ella se la estudió de memoria y la escribió en clase, fue una revelación tanto que querían que la leyera en un acto, cosa que no quiso, no se animó… a mí sí me hubiera gustado leerlo frente a toda la escuela. Me dijiste que trabajaste en la SIAM hasta que esperabas a Pedro pero…. ¿cuando te casaste? Bueno en SIAM conocí a Pedro, que era operario y trabajaba ahí desde los 14. Estuvimos de novios tres años y el 11 de agosto de 1949 nos casamos. El tema fue la ceremonia religiosa. Yo no estaba bautizada, así que otra vez Alfonso y Magdalena salieron en mi ayuda a encontrar un cura que me bautizara para después sí casarme. Entonces ¿lo encontraron…? Sí, fue el cura de la Iglesia de Remedios de Escalada, en la calle Rosales, que en una ceremonia sencilla y solemne me preguntó que nombre tenía. Le dije Azucena, ¡y el segundo nombre? Preguntó asombrado. Tengo uno solo. Le contesté. El cura no lo podía entender así que para salvar su obstáculo me dijo “de ahora en más eres Azucena María”. O sea entré con un nombre y salí con dos. Así pudimos casarnos, en el Registro Civil y después en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en Lanús. ¿Tuvieron una fiesta? ¿Que hicieron? ¿Cómo festejaron? Fueron dos brindis. Uno con la familia de Pedro y otro en la casa de Magdalena y Alfonso, mi casa. También estuvieron, Ángela hermana de Pedro, la única que fue, y mi madre y su otra hija, Elsa. Ese mismo día nos sacamos la foto de “casamiento” una foto de estudio. No tuvimos luna de miel, pero si la noche de bodas fue en un hotel del centro de Buenos Aires. Otra cosa que nos pasó fue que se “velaron las placas” y se nos ocurrió hacer otras fotos. Porque no podíamos volver a casarnos, y se ríe. ¿Cómo comenzaste una vida con tu propia familia? Te puedo decir que ahí volví a nacer. Nos fuimos a vivir a Gerli, sobre la calle Lacarra. La casita necesitaba algunos retoques y Lidia me ayudó mucho, es decir toda mi familia ayudó. ¿Por qué dejaste de trabajar en SIAM, no estabas bien? Si pero fue una decisión de los dos. Pedro también renunció. Recibimos dinero a modo de indemnización. Había un proyecto de Pedro con su primo Nicolás Pastuso de formar una sociedad comercial y abrieron un almacén, en Mario Bravo y Oliden. Fue mucha expectativa pero magro el resultado. Fue el típico almacén de barrio que atendíamos las mujeres. Y también despacho de bebidas que, por supuesto, lo atendían los hombres. Nosotros vivíamos en la parte de atrás. Atravesando un patio, teníamos una habitación grande. También preparábamos alguna comida para los parroquianos. Y llegó tu primer hijo… Sí llegó Pedro, Lidia me ayudaba a cuidarlo mientras yo acomodaba las mercaderías. Pero la sociedad con Nicolás no pudo continuar y nos encontramos los dos sin un trabajo estable, seguro, y sin vivienda. Nos dio una mano el hermano de Pedro, Vicente. Nos mudamos a una vivienda modesta, era 1952 cuando llegó en marzo nuestro segundo hijo, Néstor. El lugar era insuficiente pero… afortunadamente después pudimos irnos a vivir a Sarandí. Av. Mitre al 2900. Lo conseguimos cuando Angelita, mi cuñada, nos avisó que se desocupaba un departamento junto al suyo y a la fábrica de sándwiches de miga que era la única en la zona. La atendía Ángela con su marido. Así que ahí fuimos con nuestros dos hijos pequeños. Como fue esa época, Pedro ¿consiguió trabajo? Porque en 1953 el panorama no era alentador. Pedro entró a trabajar en una distribuidora de combustible, y eso nos estabilizó económicamente. En esa casa nació Adrián en marzo del 58, le decimos Toto, y en el 61 nació Cecilia la única nena de la familia. Para nosotros ese tiempo fue de crecimiento. Yo solo, es un decir, me ocupaba de los niños y de la casa. Pedro estaba casi todo el día trabajando, el combustible era muy necesario aún no estaba instalado el gas en las casas de familia. ¿Cómo fue la crianza de tus hijos?, porque los dos primeros son muy seguidos… Cuando Pedro entró en la primaria a mi se me puso en la cabeza que Néstor estudiara junto con su hermano. Así que lo hice rendir libre primer grado y cursaron así juntos la escuela primaria. Fueron a la Escuela 10 que está sobre la Avenida Mitre a media cuadra de casa. Y el secundario también lo cursaron juntos? No, no fue posible porque consideraron que Néstor era muy chico, aunque tenía aprobado el sexto grado. Eso fue en 1964 en el Colegio Nacional Canadá. Así fue que Néstor entra al secundario en un colegio privado religioso que depende de la Iglesia Ntra. Señora de Loreto. Como era una escuela paga no hacen objeción y le permiten ingresar. Finalmente, te cuento que los dos repiten cada uno un grado y terminan juntos los dos últimos años de la secundaria. ¿Cómo eras como mamá en esa época con los cuatro niños en las escuelas? Muy, muy seguidora los marcaba de cerca. Aprendí con ellos sobre todo de la secundaria que yo no cursé… les tomaba las lecciones les revisaba las carpetas corregía ejercicios. No solo aprendí lo escolar, sino que un día Néstor me dio una lección. Yo estaba retando muy fuerte a Cecilia porque no estaba rindiendo lo que podía. Ya estaba en la secundaria. Néstor se metió en el medio y me dijo “dejala mamá ya es grande y entiende, si no estudia va a tener que trabajar, dejala que decida ella, es grande, entiende…” mis gritos se apagaron y Ceci también comprendió y fue recuperándose y terminó la secundaria. ¿Qué edad tenía Néstor? Y ya tenía 21… era un cuadro político… en ese momento volví a nacer, pero, con otra vida… se queda como en su recuerdo. Como un imán las dos miramos hacia la Pirámide, están por dar las 15,30. Se vuelve me mira y sonriendo orgullosa me dice, la dictadura se llevó a mi hijo Néstor. A él le robó la vida sus sueños como a otros miles, como intentó robarnos la esperanza, la fuerza, los derechos, la memoria. La historia nos, me, dio otro Néstor, un verdadero cuadro político que fue consecuente con sus ideas, con sus actos y con su corazón. No pudieron con las Madres. Yo Azucena, sigo en la Plaza. Porque las Madres, somos La Plaza. Me sonrió, y apenas me rozó la mejilla con una caricia. Se levantó y se dirigió a la ronda se fundió en ella. Yo también. Alguien que no conozco me importa. Lo leí hace más de treinta años y aún me acompaña. Dedico el trabajo a Elsa Tocco, mi vecina de Monroe y Superí, la mamá de José Daniel y a todas Las Madres de Plaza de Mayo sin distinciones.